Ha
caído la noche. Miro el techo de mi habitación por largos minutos. Escucho con
atención los sonidos que componen mi casa a estas negras horas. De lejos un
auto pasa velozmente. Un gato callejero que parece anda en celo emite unos
llantos peculiares, parece como si fuera un bebe. Otro auto cruza la cuadra.
Ahora una pelea de gatos, bastante salvaje. Un perro llamado Phantom aporta con
unos gruñidos. Supongo que nadie quiere que importunen su sueño.
Si me
preguntaran que sensación tengo ahora, no sabría que responder. Cada vez que
alguna de estas criaturas me abandona no lo creo. No hasta que la costumbre de
su ausencia se hace latente. Dos lunas componen mi gélido paisaje nocturno. Una
de ellas me mira y se va corriendo. La otra duerme placidamente sobre mi pecho.
¿Cuántas patas puedo ver ahora correr a mí alrededor? Largas hileras de
serruchos blancos y muy afilados pero que nunca me lastimaron realmente. Sabían
los límites entre una caricia, un juego y un daño verdadero. Al igual que esas
garras que tantas veces pincharon en mi cuerpo. A pesar de eso, no sabían es
que con su partida algo se llevaron, se perdió, sonidos imborrables, noches
durmiendo en mi pequeña cama, pero evitando el frío junto a sus cuerpos.
Me
despedí de otra el día de hoy. Nunca me acostumbrare a las huidas repentinas.
Esa inocencia animal que nos hace creer que todo estará bien.
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