viernes, 18 de enero de 2013

Nada.







Una triste casualidad nos hizo encontrarnos. Cuando volteé a mirarte sonreíste como en esas películas que vimos encerrados en tu habitación. Tus ojos de color tornasol me preguntaron sobre dichas y fracasos. Yo, sin embargo, abrí la boca y no recuerdo haber dicho algo, o quizás si lo hice pero no significaba nada, eran palabras lerdas y tan vacías como lo que quedo de nuestra relación. Como en la película Annie Hall pensaba en otras cosas, en que estabas hermosa, igual o mejor que antes, radiante. En te veías feliz. Me sentí como un tonto al despedirme de manera forzada. Más tarde me alegre, recordé las horas que gastamos juntos y esas tardes durmiendo bajo una palmera, con el sol abrigándonos, secándonos. Entendí que aunque no te hubiera conocido tan solo cinco minutos, aunque no hubiera escrito en tinta en la historia de mi vida el paso avasallador de tu voz temblorosa y tus manos finas. Pese a que todo se acabó en un parpadeo, ya vale la pena haberlo vivido. Haber alguna vez andado de la mano, besado en algún muelle y tomado una fotografía, con una mujer como tú.


No hay comentarios: