domingo, 15 de julio de 2012

Confesión de un cliente frecuente



Fotografia: Carla Araneda (Revista Fuera de Foco)


Mi interés no es hacer un dibujo meloso y fanático de ti, de eso ya se ha hecho suficiente. Por ahí escuche una vez que las ciudades son en realidad mujeres, con su propia identidad y carácter. Ninguna otra criatura en el mundo se les podría comparar.

Valparaíso, ciudad de artistas pobres y de pecados, eres para mí una prostituta vieja. Tus cambios de ánimo, la versatilidad de tu cuerpo cansado, es solo comparable al espíritu de una hembra madura. En algún momento te vestiste de gala, pero el tiempo siempre avinagrado y tu constante mala racha te han dejado en harapos. Te pintas la cara con maquillaje barato y colores chillones. Lentejuelas y plumas pasadas de moda. Tu mal gusto es tu principal compañero. Pero nadie puede decirte nada, a las glorias pasadas no se les reprocha, se les deja vivir su mentira y su locura, porque estas vieja, cansada y tienes aires de ser la diva, aunque tus vecinas se rían de lo presuntuosa que eres. De tus dones el mejor son esas curvas a maltraer que remarcan tu figura.

Aunque fuiste una de las primeras en llegar al barrio, cubierta de oro y champaña, disfrutas de las malas compañías. Tienes fama de peligrosa, mentirosa y traicionera. Eres gentil con el ladrón y les das la espalda a las autoridades.

Ciudad de inspiraciones baratas. Soy severo contigo, porque eres sucia y así se trata a las de tu clase. ¿Así te gusta? Sabemos que si. Que te maltraten, te hablen duro, te utilicen para escribir en tu cuerpo cansado las barbaridades que claman del alma, te hagan vejaciones, te monten y te marquen como a una yegua.

Quizás pueda parecer que soy ingrato, desagradecido de tus bendiciones. Porque en más de una oportunidad me he refugiado en tus senos caídos implorando compañía. No ha sido una ni dos veces las oportunidades en que me he dejado abatir, borracho en tu entrepierna, llorando largamente por un amor perdido o no correspondido. Me haz visto sentarme en la barra de alguno de tus bares con melancolía. Cantando tu himno derramando el veneno dionisiaco sobre la mesa, caminando sin destino y maldiciendo mi suerte herida. Luego me recupero en ti y te dejo hasta la próxima vez que necesite de un poco de afecto. En ti nos podemos consolar de nuestro abandono por un bajo precio, porque eres callejera y trabajas independiente.

Debo dar gracias, si, gracias también por aquellas veces que silencio guardaste cuando entre las sombras de callejuelas sin nombre me viste quitarme la ropa junto a la amada de turno con la que te era infiel. Porque reconozco, ninguna de ellas ha tenido tanta experiencia como tu. Jamás podrán ser competencia para ti.

Valparaíso, disculpas te pido, pero no quiero vender postales de tus mejores ángulos, ante todo deseo me comprendas, porque los tiempos de Neruda ya pasaron hace rato. Como dijo un trovador moderno, eres puerto de mañas. La regalona de nostálgicos, bohemios, muertos de hambre y sinvergüenzas. A ti vuelven siempre tus hijos como las olas que revientan en tus playas frías y empedradas.

No importa cuanto escriban, canten o mientan sobre ti. Es fatal error creer conocerte totalmente. Eres la Maria Magdalena que todos necesitamos de vez en cuando, de cuando en vez. La Yoko inspiradora. Sabes como acariciarme y hacerme sentir un hombre saciado del placer carnal. Llevarme al éxtasis con solo mirarte en tu extraña geografía, comparada con otras más hermosas y bien mantenidas, tú, vieja y todo así te deseo salvajemente una, dos y hasta tres veces.

Yo soy solo ficción. En cambio tú, ciudad de muerte y complacencia, eres la realidad de todos. 

1 comentario:

na dijo...

Te pasaste amigo.